lunes, 7 de diciembre de 2009

Hermann HESSE
Escaparates
antes
de
Navidad

Las navidades son unas fechas de las que, a decir verdad, no me gusta hablar. Por un lado, la hermosa palabra evoca recuerdos entrañables, sagrados, de las legendarias fuentes de la infancia, vibra, mágica, a la luz de aquel dorado amanecer de la vida. Y está para siempre impregnada de símbolos sagrados, indestructibles: ¡el pesebre, la estrella, el Niño, la Adoración de los pastores, de los reyes y de los sabios de Oriente! Y, por el otro, "Navidad" es un verdadero concepto, un depósito envenenado de todos los sentimentalismos y las falsedades burguesas, ocasión de salvajes orgías para la industria y el comercio, oropel para los grandes almacenes, huele a latita lacada, a agujas de abetos y a gramófono, a repartidores y a carteros que maldicen por lo bajo, a solemnidad cohibida en el salón, junto al árbol engalanado, a suplementos extraordinarios de los periódicos, a anuncios, muchos anuncios... en una palabra, a mil cosas que me resultan amargamente odiosas y repugnantes (...)
Ahora bien, pese a todos estos sentimientos contradictorios y angustiosos no puedo sino admitir que algunas noches de diciembre, cuando, tras una tarde oscura y cubierta comienzan a resplandecer las calles comerciales, cuando todo el colorido chillón de los escaparates cae sobre el asfalto mojado o cubierto de nieve y la calle adquiere cierto aire animado y festivo, esa agitación navideña, falsa y vehemente, me resulta hasta cierto punto divertida, incluso con su lado superficial, y puedo pasear una hora entera por esa parte de la ciudad que habitualmente evito, y puedo, perdido y embelesado, pasar cientos de veces ante las tiendas iluminadas, perdido en la contemplación. Sueño entonces que soy el hijo de un califa de Bagdag... (Hermann Hesse va escriure aquest text a l'any 1927. A classe, tots junts, i a les portes del Nadal, llegirem els dos paràgrafs finals; són genials, són "sensibles".)

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